A los cioranes y sénecas de “solo el sufrimiento enseña”. Cada vez que hacíamos un viaje largo en coche, mi padre solía decirme que lo mejor que le podía pasar al conductor es que tuviera “un susto” en los primeros kilómetros, porque así abría bien los ojos para el resto del camino. Existía una cosa aún mejor que sufrir un susto, añadía, y es que el susto lo sufriera otro conductor: si el que rozaba o sufría el accidente era otro, uno se concentraba en el volante como si le hubiera sucedido a él. Sabía mi padre que el sufrimiento enseña mejor cuando te salvas por los pelos o lo padece otro, porque el que te toca en carne propia deja a menudo secuelas y no merece la pena aprender a tan alto precio. Sin haber leído a ninguna luminaria filosófica, en ese punto concreto tenía mejor criterio que todo un Séneca o que todo un Cioran.