DENUNCIADA Y condenada la ambici贸n, pero no desaparecida, la primera regla de un reci茅n llegado a la sociedad literaria es que todos sus deseos deben ser secretos y solo se pueden mantener a condici贸n de negarlos. Con tales mimbres es natural que dominen aquellos que tienen muy afinadas las m谩s baratas de las facultades sociales, al extremo de que saben conseguir aquello que juraban no pretender.