A MENUDO se utiliza esta expresión, “se le ha subido la fama a la cabeza”, para referirse a las personas célebres que muestran comportamientos arrogantes, pero esa expresión olvida las tensiones que han sufrido esas personas y la nueva sabiduría que han adquirido gracias a ellas. Quien sale del anonimato sufre estas dos rápidas consecuencias:
a) Pierde a muchos de sus amigos, que no aceptan que “alguien como ellos” de pronto se sitúe por encima.
b) Se gana a la vez muchos enemigos, que niegan su mérito o consideran que su fama es injusta.
Por estas mismas razones Einstein decía que él no era un hombre muy inteligente, “porque lo de verdad inteligente es permanecer en el anonimato”: las personas que se hacen famosas se vuelven muy pronto más sabias que Salomón, porque se dan cuenta enseguida de lo que se oculta tras la sacrosanta palabra de la amistad (el mero interés, el pacto tácito de mantenerse al mismo nivel mediocre de los otros amigos) y descubren el fondo envidioso de toda sociedad, que no tolera a los héroes salvo cuando están bien muertos. Ante esta doble sacudida de la disminución de los amigos y el aumento de los enemigos, el personaje famoso tiene la opción de callarse y fingir humildad… o la de decir como Coriolano “que os follen” y comportarse con chulería frente al rebaño: esta segunda postura es la que me gusta más.