A MENUDO no descubrimos cu谩l es nuestra opini贸n en un asunto hasta que no llega alguien y formula una opini贸n que nos disgusta, momento en que por acto reflejo abrazamos la contraria pues, ¡c贸mo voy a pensar yo como ese facha o ese indepe o ese talib谩n! Pero entregarse a la opini贸n nacida en contra de es lo peor que puede hacer el pensador: ingresar en el bando anti termina con el pensamiento. Una debe defender su “no tengo una opini贸n” con u帽as y dientes, como simple deontolog铆a del pensador, y cuando d茅 con una opini贸n propia tampoco tiene que entregarse a ella para siempre, sino dejarle una salida de emergencia por si en el futuro es preciso corregirla o abandonarla.